Tres de las cosas que más ilusión me daban de tener hijos eran:
- Encontrar el nombre perfecto – No se me hizo usar “Benedetta” (no porque a mi esposo le parezca horrendo, sino porque no tuve hijas) pero creo que los nombres que escogí están bastante chidos – pese a que los canadienses piensen que me inspiré en caricaturas.
- Leerles cuentos – Todos los días leemos y ahora gracias a los comentarios de Peña Nieto lo hacemos más.
- Meterlos a clases de cuanta cosa hubiera disponible.
Yo fui de esas niñas a las que metieron a clases de todo, desde baile regional hasta clases de telepatía, leer el aura e hipnotizar conejos (¿qué quieren? eran los 70’s). Así que si algo me ha dado ilusión es ver a mis retoños aprendiendo mil y un artes y oficios desde muy temprana edad, pero no imaginaba que esto sería un verdadero fracaso.
A mi hijo mayor a los tres meses de nacido lo metí a clases de natación en la alberca olímpica de la universidad. No hace falta decir que, como es alberca de entrenamiento el agua es helada, y el pobre bebé faltó a la mitad de las clases por las gripas que pescó aun durante el gélido verano canadiense. Así que a los cuatro meses lo metimos a clases de música. Si bien disfrutó chupar cascabeles cada sábado y la clase le ayudó a desarrollar un oído finísimo para música, idiomas y ruidos, a mí la verdad eso de sentarme en el suelo y que la tanga se me encajara o bailar por todo el salón descalza no me hacía muy feliz. Sin embargo seguimos con las clases de música porque el pequeño se convirtió en la estrella de la clase, para qué negarlo.
Cuando comenzaron los “terribles dos” y al crío le hacía más feliz corretear por el salón que sentarse a cantar decidimos buscar otra cosa y volvimos a clases de natación porque, vaya hay que saber nadar. Cabe mencionar que en este país eso de que la mamá deja al niño en la alberca mientras ella platica con otras mamás en las bancas o teje o textea, no existe. Aquí hasta los cuatro años la pobre madre tiene que meterse al agua CON el niño, no hay súplica que valga. Una tiene que estar en el chapoteadero con el agua hasta la cintura cuidando al chamaco, porque el instructor no puede darse el lujo de que uno de los cuatro niños de la clase se le ahogue. No me malinterpreten, nadar con mis hijos es padrísimo pero pagar por estar yo en el agua gritándole al niño que está corriendo afuera de la alberca no es lo mío, así que también dejamos esas clases hasta que el niño fuera mayor y se pudiera meter solo al agua.
Y bueno, la lista fue larga. La gente me dice “Mételo a soccer para que saque toda su energía”, el soccer le parece al niño ruidoso y violento (?). “Mételo a karate, para que aprenda disciplina”, a el niño con SPD* no le gusta la ropa que no sea súper entallada (convendría meterlo a patinaje artístico). Creanme, no es que yo no quiera.
Finalmente creí haber descubierto el hilo negro: clases de español y ¡gratis! Ingenuamente pensé “han de ser puras mamás latinas como yo que quieren que su hijo practique el español para que no le digan que habla con acento de gringo” y allá vamos. ¡Oh gravísimo error! debí haber tomado como señal para salir corriendo cuando oí a una señora que decía “I am here because my son has picked up some words from “Diego and Dora” and I thought he may enjoy learning Spanish”. De ahí en adelante todo fue de bajada: a la tercera vez que repitieron “ca-bei-za, o-jous, pe-lou” mi hijo de cinco años que sabe términos de astronomía y robótica (no es que mi hijo sea genio, es que con tal de ver más tele acepta ver el Discovery Channel con su papá), perdió la paciencia y se dedicó a empujar a todos y a gritar “what the heck!”. No lo culpo, eso mismo pensaba yo mientras cantaba “cucú cucú cantaba la rana”. Needless to say, no volveremos más a la clase de español.
Me llevó todo este tiempo darme cuanta de que en realidad las clases extraacadémicas no las escogen las mamás porque quieren que sus hijos sean un paquete de talentos – díganmelo a mi que después de tanta clase ni sé jugar tenis, ni sé tocar las castañuelas y mis únicas habilidades telepáticas son con mi esposo cuando los dos pensamos al mismo tiempo en ordenar una pizza.
No, que no los engañen, todas las clases a las que las mamás inscribimos a los hijos es con el único fin de poder tomar un respiro, aunque sea en el gélido campo de fútbol los sábados en la mañana. Si por nosotras fuera lo mismo da que el niño aprenda macramé o esgrima.
* SPD Sensory Processing Disorder, ver post ADD, SPD, ¿WTF?
** Sucker, ingenuo, fácil de engañar no aplica a las admirables madres que han conquistado el mundo de las clases, aplica para su servidora.