Por alguna razón tengo la idea de que toda madre tiene en su cocina un calendario, ahí las súper mamás anotan los recitales de piano, juntas de padres de familia, fiestas de cumpleaños, etc. Hay días buenos en los que las mamás miramos el calendario con ilusión anticipando los días de fiesta y los partidos de soccer y días no tan buenos en que una quisiera dejarlo todo e irse al Caribe o a dondequiera que sea la foto que tenga dicho calendario.

Sunday 5 August 2012

Enfermo que come, habla y mea…

 Mi abuelo el médico solía decir “enfermo que come y mea el diablo que se lo crea”. Pese a estas perlas de sabiduría familiar no acabo de aprender que a los niños hay que llevarlos al doctor sólo cuando hay mucha sangre o dejan de comer y hacer pipí…y en el caso de mis hijos también cuando dejan de hablar, o hacer ruidos.

El sistema de salud en Canadá tiene muchísimas ventajas, entre ellas que las consultas no cuestan. Bueno, técnicamente sí hay que pagar una pequeña mensualidad pero a lo que me refiero es que al final de la consulta no hay que desembolsar nada. Para madres codas ahorradoras como yo esto es una maravilla pero también tiene la enorme desventaja de que madres aprensivas como yo a la menor provocación corremos a llevar al crío al doctor.

No he escarmentado ni con largas esperas en salas de consultorios y hospitales, donde los juguetes – si es que los hay – están tan mugrientos que si el niño no estaba enfermo cuando llegó seguro a la salida se lleva algún bicho. Tampoco escarmiento con lo difícil que es tenerlos controlados durante esas esperas interminables. Aquí en Canadá el tiempo de espera es tan engañoso como en las filas de Disneylandia; que cuando crees que llegaste a la puerta de la atracción, ¡oh sorpresa! adentro te espera otra larga fila. Aquí es igual, cuando finalmente te llaman, pasas a un cuartito donde tienes que esperar otros 20 minutos, haciendo malabares para que los niños no empiecen a jalar los estetoscopios colgados de la pared o dejen un pie atorado en los estribos de las camas para el papanicolao.

Hace poco mi hijo vomitó cuatro veces en menos de media hora por lo que corrimos a media noche al hospital. Ahí siguió vomitando hasta las 2:00 am en que finalmente lo venció el sueño y nos pasaron al cuartito engañoso-como-fila-de-Disneylandia. Cuando a las 7:00 am finalmente llegó el doctor, el niño había descansado, retenido el pedialite y el doctor lo miró dos segundos y dijo “He looks fine to me!”. Juré nunca más llevarlos corriendo al hospital a menos de que se estuvieran desangrando.

Pero volví a caer. Un domingo soleadito en la mañana, perfecto para pasar el día en el parque, mi hijo de año y medio se despertó sin poder caminar (¿?) lo paraba en el piso y se caía, durante tres horas y media no pudo levantarse, no podía apoyar el pie y lloraba diciendo “pie, pie”, además de que desayunó relativamente poco, lo cual en él es preocupante.
Me lancé al doctor en medio del verano Canadiense de 30 grados. Después de esperar 45 minutos en la primera sala lo puse en el piso a ver si se podía parar y cual sería mi sorpresa que no solo se pudo parar sino que empezó a caminar por toda la salita. Presa de pánico de hacer el ridículo frente al doctor lo forcé  a caminar más para que se cansara y volviera a cojear pero eso sólo sirvió para darle más cuerda. Estaba a punto de decirle a la recepcionista “sabe que, que siempre no” cuando nos pasó al cuartito-engañoso-como-fila-de-Disneylandia. Rápidamente empecé  a pensar qué otros achaques podía presentarle al doctor para que no creyera que le estaba haciendo perder el tiempo, pero no encontré ni un mísero piquete de mosco en ese cuerpecito que no da más que la impresión de un toro saludable.
Cuando finalmente nos recibió el doctor Tomás lo saludó con su mejor sonrisa y se echó a correr a toda velocidad diciéndole bye bye y aventando besos, mientras el doctor decía “He looks fine to me!” y yo me sumía en la silla de vergüenza. Menos mal que el condenado está bonito porque el doctor pareció disfrutar mucho haber perdido cinco minutos de un domingo con él.

Saturday 9 June 2012

SPD*, Sudor y Lágrimas


Y aunque te haga calor
vete igual por el sol
que la sombra está bien
pa'los blandos de piel
que les pique el sudor.
Julio Iglesias


Nunca entendí bien la parte de esta canción que dice “que les pique el sudor”, hasta donde yo tenía entendido el sudor moja pero no sabía que pronto habría que descubrir que no solo pica sino también arde, quema, cosquillea y en suma es una verdadera molestia.

Desde que mi hijo empezó a mostrar signos del Sensory Processing Disorder, – es decir que su cerebro no sabe clasificar los estímulos sensoriales y todo lo percibe a un mayor grado y le es muy molesto – una de las cosas que más le afectan es el sudor. A decir verdad yo nunca lo he visto realmente sudado a excepción de cuando todavía dormía siesta y se despertaba empapado. Esto se debía gran parte a que en lugar de dormir siesta vestido, acostado sobre la colcha y únicamente tapado por una cobijita (como cualquier siesta respetable amerita) él insistía en ponerse pijama y meterse adentro de las cobijas. Así era imposible no sudar, y despertaba empapado y de muy mal humor. Era tal su desesperación que insistía en dejar su ropa de calle afuera de su cuarto  para que ésta no sudara y así poder ponerse ropa seca después de la siesta. No hubo manera de convencerlo de que lo que sudaba era su cuerpo y no el cuarto.

Así que cada vez que gritaba por el sudor yo seguía la consigna de Julio Iglesias, “vete igual por el sol” y le insistía (como está establecido en la descripción de puesto de ser madre) “ponte suéter, hace frío”. Primero porque no sabía del SPD y creía que era pura necedad, después que supimos del SPD igual insistía yo porque no lo veía sudar y además porque yo no conocía el sudor.

Yo nunca había sudado. No tanto por que sea princesa o por que no corro ni para alcanzar el camión, simplemente no sudo, así como los perros no sudan yo tampoco sudo. No quiere decir que el calor no me haga perder el estilo, durante el año que viví en Ciudad Obregón a 40° los 365 días, no sudé pero si se me hinchó todo y el pelo parecía que traía una nube de mosquitos permanente. Mi única experiencia con el sudor en Sonora había sido cuando a media noche me despertaba acalorada y descubría con singular alegría que mi esposo había dejado un charquito de sudor en su lado de la cama, con gran felicidad me revolcaba en el charco de sudor, ya fresquito gracias al aire acondicionado.  Llámenlo amor de recién casada o vil marranada. El caso es que hasta ahora yo no había tenido experiencias desagradables con el sudor, ni con el propio ni con el del marido (ya de terceros es otra cosa) y por eso me costaba tanto trabajo entender a mi niño.

Hasta que, en un intento desesperado por bajar de peso, descubrí el hot yoga: 90 minutos de yoga en un cuarto a 40° y rodeada de 24 personas sudorosas.
Si bien este tipo de yoga tiene enormes beneficios (que en cuanto se manifiesten les cuento cuales son) creo que es lo más cercano a 1) los infiernos y 2) a lo que mi niño siente con una gota de sudor. Ni un año en Obregón ni uno en Mexicali me prepararon para esa experiencia. Con el sudor cegándome pensaba “esto siente mi pobre niño cada vez que le pongo un suéter”. En el minuto 45 de la clase tirada en el piso boca arriba, –no en la postura Shavasana, sino cual vaca tirada en medio del desierto a punto de morir – me prometí, como quien promete en su lecho de muerte, no volverle a insistir a que se ponga suéter, él solito lo buscará si tiene frío o ya se enfermará pero nadie merece sentir los horrores del sudor que no solo huele, también pica, cosquillea, punza, irrita, estremece, arde, ciega, ¿ya dije pica?

* Sensory Processing Disorder

Monday 30 April 2012

De lunes a viernes en horario de (no) oficina y sábados, domingos y fiestas de guardar

Ser mamá no es fácil. Ser madre que trabaja es muy difícil. Ser mamá de tiempo completo* es todavía más difícil, pero ser mamá de tiempo completo que trabaja desde su casa es deporte extremo.

Yo, para empezar, no puedo trabajar desde mi casa independientemente de que estén los niños o no. No me puedo concentrar si con el rabillo del ojo estoy viendo tiradero. Una vez que la casa está recogida y puedo finalmente sentarme a trabajar ya me dio hambre o ya descubrí una ceja perdida que necesita depilarse urgentemente, es imposible trabajar así. Además, eso de vivir en pants y cola de caballo debe ser nocivo para la salud de cualquiera. Por eso admiro tanto a mi amiga Eva que trabaja desde casa y cada mañana se arregla guapísima, se maquilla, se pone zapatos altos, toma su bolsa, camina cinco metros y se pone a trabajar en la oficinita al fondo de su jardín. A las dos de la tarde toma su bolsa, atraviesa el jardín y come, después toma otra vez su bolsa, cruza el jardín y trabaja hasta las seis. Eso es disciplina señoras (¡y glamour!).

A veces tengo que trabajar en algún pendiente mientras los niños están en casa y, como es de esperarse, mi hijo de 5 años no coopera mucho mientras trabajo en la computadora. Una vez constantemente venía a interrumpirme y no paraba de brincotear hasta que desesperada le dije que íbamos a jugar a “pretender que mamá está en la oficina”. Tracé una línea imaginaria alrededor del escritorio y le dije “pretende que esta es la oficina de mamá y no puedes venir a molestarla” a lo que él brincoteando respondió “pues ahora tu pretende que yo estoy muy muy lejos” Con esos argumentos yo no puedo.

Como sea, no es lo mismo contestar un par de correos en la tarde con los niños al lado que trabajar remotamente en horarios de oficina con el estrés que implican las juntas, fechas de entrega y llamadas de colegas. Recientemente me quedé dos semanas sin guardería y tuve que trabajar desde mi casa mientras cuidaba a mi hijo de un año. Mi pesadilla empezó cuando tuve que asistir telefónicamente a una junta de departamento. Preparé cuadritos de queso para que el bebé se entretuviera mientras yo participaba en la conferencia, pero no contaba con que todo mundo llegó tarde y tuvieron problemas técnicos para enlazarme. Cuando finalmente pudieron conectarme, 15 minutos después,  mi hijo se había comido ya todo el queso y gritaba “¡má!” (más). Corrí a servirle pasitas pero justo cuando mi jefa me preguntó “Andrea ¿tienes algún inconveniente?” el bebé tiró todas sus pasas y se puso a llorar; “Parece que tu hijo sí tiene inconvenientes” escuché al otro lado de la línea. A partir de ese momento continué la conferencia con la bocina tapada para que no se oyera nada de este lado de la línea y espero de corazón que haya funcionado porque en cuanto terminó de comerse las pasas el bebé empezó a gritar “¡popó, popó!”

En vista del éxito obtenido y con otra conferencia telefónica en la agenda (una de verdad importante) decidí prepararme mejor. Mandé un correo a mis colegas diciendo que estaba “preparándome para la conferencia” lo cual se traduce en poner una película en el DVD, partir cuadritos de comida que fui sacando conforme avanzaba la conferencia telefónica. El bebé se los iba acabando y estiraba su platito diciendo “má” (ya sé, este niño come como si estuviera hueco). Después de un plátano, veinte pasitas, dos rebanadas de queso, un cuarto de aguacate y media cajita de Zucaritas terminamos lo que pensé fue una junta muy fructífera, donde yo había hecho una aportación que – modestia aparte –fue brillante. Aunque a decir verdad el reconocimiento me lo deberían de dar por haber tenido una hora y media callado al bebé. Todo para que al día siguiente el CEO de la compañía me hablara y me preguntara “¿qué pasó contigo, por que no llegaste a la conferencia telefónica?”
Me queda de consuelo que soy la única en la oficina (además del CEO, claro está) que puede irse a media tarde al parque, y eso no lo cambio por nada.




* El término “mamá de tiempo completo” es un poco extraño pues todas las mamás son de tiempo completo, si no es como decir estar “medio” embarazada, pero no sé que otro término usar. En inglés dicen “stay at home mom” pero eso me suena como a que una está en su casa pintándose las uñas y viendo novelas todo el día y no conozco a ninguna mamá que pueda darse el lujo de hacer eso (al menos todo el día).

Monday 2 April 2012

El Juicio del Elevador*

Hace poco leí un artículo que se llamaba algo así como “Felicidades, acabas de destrozar a tu hijo”. Debí tomar el título como aviso en letras rojas para dejar de leer y salir corriendo, pero ahí voy de metiche. Básicamente el autor presenció en la fila del súper a un niñito que le pedía helado a su papá y el papá le decía “te callas y te estás quieto”. La escena se repetía un par de veces en las que el niñito (por lo que entiendo en buen plan) pedía otras cosas o hacía ruidos y el papá se enojaba cada vez más; hasta que lo cogió de un hombro y le dijo que o se callaba o ya vería cuando llegaran a la casa.

A esto, el autor del blog se lanzó como por tres cuartillas diciendo que había gente que no merecía ser papás (con lo cual no estoy del todo de acuerdo), que había que valorar y cuidar a los hijos (lo cual es obvio), que no sabemos cómo nuestras palabras los pueden romper por dentro a los niños, y de paso se echaba un par de flores porque él nunca le había levantado la voz a su hijo (si, ajá). Lloré como loca con el artículo, me sentí la peor madre del mundo y, de haber tenido en el congelador, me hubiera zampado un litro entero de helado de chocolate por la pura depresión. Yo SOY esa mamá en la fila del súper, en los aviones, en los semáforos, en los parques. Cuando ya he agotado todos los recursos por las buenas y el escuincle sigue haciendo de las suyas y se me acaba la paciencia, yo soy la “cállate o vas a ver cuando lleguemos a la casa”. Lo cual significa te vas a ir castigado a tu cuarto pero para la demás gente ha de sonar como “cuando nadie me vea te voy a comer en salsa verde”. Gente me ha visto feo y estoy segura de que más de uno ha llegado a su casa a escribir su blog sobre mi como este autor, o subir a YouTube el contenido de mi performance grabado en su celular, o en su defecto a componer una canción sobre las malas madres allá afuera. ¿Será que esto me coloca en la categoría de musa? hmmm.

Después de mucho llorar por el dichoso blog pensé “un momento, no sabemos nada acerca del papá en el súper que narra el artículo, ¿qué tal que era un buen papá con un mal día?, yo no soy una mala madre y no me pueden juzgar a mi por lo que ven en la fila del súper”. Sí, hay que tenerles más paciencia a los niños, hay que cuidar de no destruirles la autoestima, por supuesto que sí, pero el regañarlos en público o en privado no nos hace malos padres. Corrí a poner un comentario en dicho blog – cosa que nunca hago y juro no volver a hacer. El blog ya estaba inundado de comentarios de todo tipo, desde “que padre tener un papá como tú/ mi papá también me pegaba/ bájenle a sus rollos, hasta ¿porque no le avisaste a la policía?, vamos a pararnos afuera del súper y le hacemos montón al papá malandro”. Realmente me asusté, y no sólo porque fueran a venir a mi súper por mi. ¿En que momento regañar a los hijos en público se volvió motivo para linchar a alguien?

Me acordé de lo que mi amiga Ceci llama “el juicio del elevador”. El juicio que todos los demás emiten sobre el niño y la madre basándose en los tres minutos (o menos) que dura un viaje en elevador. La gente no sabe que pasó antes o que pasa después, simplemente entran al elevador y ven a un niñito regañado y una mamá enojona, ¿Qué tal que el niño se acaba de tirar de pedos? ¿Qué tal que el niño le pegó una patada en la espinilla a la mamá?, ¿Qué tal que el niño le acaba echar un escupitajo a su hermanito en el pelo? No sabemos. También existe la posibilidad que la mamá está enojada porque el marido no le dejó para pagar el gas o se topó con la vecina presumida (o peor aún el marido se topó con la vecina presumida), y basta que el niño se ponga a hacer como sirena de bombero para que la mamá se desquite con él y ahí sí uno-como-sea-pero-las criaturas-que-culpa-tienen. Todos estos escenarios son posibles, y sí, hay papás violentos y abusadores donde es necesario que un tercero intervenga, pero en este post no quiero hablar de ellos. Este post va dedicado a los papás incomprendidos e injustamente juzgados, papás y mamás como yo, que somos linditos, pero a veces nos sacan de nuestras casillas y regañamos en público.

En nombre de los padres incomprendidos pido menos juicios de elevador y más gente amable que se ofrezca a hacerle gracias al niño para entretenerlo y darles el beneficio de la duda a los papás abrumados. Pero eso si, por favor gente, absténganse de ofrecerles galletas o dulces a los niños porque entonces vuelve a empezar el drama.

* Propiedad intelectual de Ceci, la negrita del amor

Friday 16 March 2012

De Vuelta a la Infancia en Tobogán

Debo confesar que cuando llegamos al hotel y vi que por módicos 100 pesos diarios entretenían a los chamacos toda la mañana empecé a hacer cuentas de cuantas margaritas tendría que sacrificar para cubrir toda la semana. Traía yo la envidia de que una amiga carga con nana todas la vacaciones y estaba yo temiendo el poco descanso que iba a tener si había que estar lidiando con los niños todo el día, así que la opción del kids club no era nada mala idea. Pero después pensé que realmente el punto de la vacación era disfrutar a los hijos sin el estresante torbellino de la rutina diaria donde hay que correr de un lado al otro y ponerse zapatos varias veces al día, lo que en el caso de mi pequeño puede convertirse en drama. Así que con buen ánimo – y después de un par de pleitos por tener que ponerse bloqueador para el sol – nos dirigimos a la alberca donde había toboganes para agua.

Sobra decir que mi hijo fue el más feliz en los toboganes, ajeno a que los otros niños lo vieran raro porque – debido al Sensory Procesing Disorder – insistió en usar goggles mientras se echaba del tobogán para evitar que se le mojaran los ojos (?). Era tal su felicidad que me invitó a echarme con él; yo tenía miedo de hacer el oso pero dije ¿por que no? Y como diría Sabina, fue “de vuelta a la infancia en patinete” sólo que fue en tobogán. Se me había olvidado lo divertido que son, sentir la adrenalina (porque esas cosas ¡van rápido! o al menos muy rápido para mi vida sedentaria) y caer con un gran –  believe me, GRAN – ¡splash! No podía parar de reírme, mi esposo me preguntaba “¿de que demonios te ríes?” no sé, pero estaba divertidísima.

Pasamos un muy buen rato y disfruté a mi hijo como nunca, hasta que, estando yo sentadita en la orilla sobandome el codo de un madrazo que me di al caer, vi a dos niñitas que me observaban. Al parecer una le había dicho a la otra “ahí esta tu mamá”, a lo que la otra contestó “no, mi mamá tiene el pelo rojo… además mi mamá no está gorda” Chale, tan contenta que estaba, y yo que pensaba que me veían admirando y envidiando que jugara tan padre con mi hijo. Claro que me agüité. En su defensa, no estaba yo en postura nada favorecedora sentada cual madrina en fondo de nylon remojándose en las olitas, pero aun así me caló y ya no quise seguir echándome por el tobogán. “Ve tú, yo ya estoy muy grande para eso” le dije a mi niño “no mamá, por favor por favor por favor por favor” Ya saben que cuando los niños dicen“por favor” tantas veces o se les hace caso o se les da un sopapo y opté por hacerle caso. Bueno, pensé, finalmente lo importante es estar con él, muy flacas muy flacas las mamás de estas niñas pero ¿dónde están? Me daba mucha ternura verlo tan ilusionado de que me echara con él, con sus goggles verdes que lo hacían parecer aun más marciano. En un par de años se va a avergonzar de estar conmigo por más buena que me pueda poner, ahorita le gusta estar juntos y con eso me basta. Así que bueno, me armé de valor para echarme otra vez, y así estuvimos toda la mañana. Nos divertimos muchísimo, me enseñó a echarme para adelante, para atrás, de trenecito, hasta que le hice caso de echarme de panza y se me salió una boobie con el impulso, entonces los divertidos fueron los que estaban mirando y yo tuve que salirme y comportarme como adulto responsable.


Monday 13 February 2012

De cómo la mamá grinch se convirtió en mamá Stewart

Yo no sería una persona grinch respetable si no me repudiara el día de San Valentín. Y esta aversión no tiene nada que ver con el hecho de que un 14 de febrero hace muchos años un novio de la prepa intentó entregarme un rosa en plena clase de química y el profesor lo corrió del salón diciendo “sálgase y no regrese hasta el Día de la Batalla de Puebla”.

No, esta aversión tiene que ver con mi repulsión hacia el comercialismo, con el hecho de que al día siguiente de navidad las tiendas ya están llenas de corazones y peluches rosas, que de por sí me parecen cursis. Así que imagínense mi descontento cuando del kinder de mi hijo mandaron una circular con  la  lista de los nombres de todos los niños del salón para los “valentines”. Aparentemente si quieren los niños pueden llevar una tarjeta de San Valentín para sus compañeritos.

Me armé de valor para ir a una de esas tiendas de todo por 99 centavos, pero tarjetitas de rosas con rocío y letras doradas no es lo mío. La siguiente parada fue la tienda de manualidades. Ahí encontré unas con los personajes de Disney ¡a mitad de precio! Cogí un paquete para niñas y uno para niños (cada una con 32 tarjetas que de paso nos alcanza para el año que entra) y ¡listo! Estaba por pagar cuando me detuve. Siempre me ha chocado lo que yo llamo monismo; me marea que vendan la pijama, la playera, el platito, el cepillo de dientes, el shampoo y hasta galletas con monos de televisión o películas; o sea para enganchar al niño péguenle un mono al producto, un día de estos van a sacar brócolis con la figura de Buzz Lightyear, lo cual no sería mala idea. Antes de tener a mis hijos me prometí – entre muchas otras promesas de madre que ya he roto – no caer en el monismo, así que dejé las tarjetas en su lugar.

Seducida por el ambiente Martha Stewart de la tienda – siempre que voy a esas tiendas me dan ganas de aprender macramé y repujado– decidí que para apegarme a mis principios de cero monismo era importante no comprar dichas tarjetitas y hacerlas nosotros mismo para de paso pasar tiempo de calidad haciendo algo juntos. Oh, mala idea.

Todo el día siguiente se convirtió en “si no te portas bien no hacemos tus valentines”. Cuando finalmente el código de conducta fue aceptable y nos sentamos a la mesa del comedor a trabajar el bebé ya estaba cansado y era imposible atender a los dos niños al mismo tiempo, así que pasamos la mitad del tiempo peleándonos porque además mi hijo decidió que él prefería ver tele y que yo hiciera sus tarjetas. Hice una nota mental de correr al día siguiente a comprar las tarjetas de Disney.

Pero al día siguiente, ya que los tres estuvimos de mejor humor, decidimos darle otra oportunidad a hacer las tarjetas nosotros mismos y en realidad pasamos un muy buen momento y no es por nada pero nos quedaron bastante bien. La carita de orgullo de mi hijo por haber escrito él solo 26 veces su nombre y el nombre de cada uno de los 26 niños del salón hizo que todo valiera la pena. Me dio ternura que a sus cinco años todavía considere cool dibujar corazones con su mamá y todavía tenga la inocencia para darles cartitas rosas a otros niños; y con eso me basta.

Saturday 14 January 2012

Soccer mom, Sucker mom

Tres de las cosas que más ilusión me daban de tener hijos eran:

  1. Encontrar el nombre perfecto – No se me hizo usar “Benedetta” (no porque a mi esposo le parezca horrendo, sino porque no tuve hijas) pero creo que los nombres que escogí están bastante chidos – pese a que los canadienses piensen que me inspiré en caricaturas.
  2. Leerles cuentos – Todos los días leemos y ahora gracias a los comentarios de Peña Nieto lo hacemos más.
  3. Meterlos a clases de cuanta cosa hubiera disponible.
Yo fui de esas niñas a las que metieron a clases de todo, desde baile regional hasta clases de telepatía, leer el aura e hipnotizar conejos (¿qué quieren?  eran los 70’s). Así que si algo me ha dado ilusión es ver a mis retoños aprendiendo mil y un artes y oficios desde muy temprana edad, pero no imaginaba que esto sería un verdadero fracaso.

A mi hijo mayor a los tres meses de nacido lo metí a clases de natación en la alberca olímpica de la universidad. No hace falta decir que, como es alberca de entrenamiento el agua es helada, y el pobre bebé faltó a la mitad de las clases por las gripas que pescó aun durante el gélido verano canadiense. Así que a los cuatro meses lo metimos a clases de música. Si bien disfrutó chupar cascabeles cada sábado y la clase le ayudó a desarrollar un oído finísimo para música, idiomas y ruidos, a mí la verdad eso de sentarme en el suelo y que la tanga se me encajara o bailar por todo el salón descalza no me hacía muy feliz. Sin embargo seguimos con las clases de música porque el pequeño se convirtió en la estrella de la clase, para qué negarlo.

Cuando comenzaron los “terribles dos” y al crío le hacía más feliz corretear por el salón que sentarse a cantar decidimos buscar otra cosa y volvimos a clases de natación porque, vaya hay que saber nadar. Cabe mencionar que en este país eso de que la mamá deja al niño en la alberca mientras ella platica con otras mamás en las bancas o teje o textea, no existe. Aquí hasta los cuatro años la pobre madre tiene que meterse al agua CON el niño, no hay súplica que valga. Una tiene que estar en el chapoteadero con el agua hasta la cintura cuidando al chamaco, porque el instructor no puede darse el lujo de que uno de los cuatro niños de la clase se le ahogue. No me malinterpreten, nadar con mis hijos es padrísimo pero pagar por estar yo en el agua gritándole al niño que está corriendo afuera de la alberca no es lo mío, así que también dejamos esas clases hasta que el niño fuera mayor y se pudiera meter solo al agua.

Y bueno, la lista fue larga. La gente me dice “Mételo a soccer para que saque toda su energía”, el soccer le parece al niño ruidoso y violento (?). “Mételo a karate, para que aprenda disciplina”, a el niño con SPD* no le gusta la ropa que no sea súper entallada (convendría meterlo a patinaje artístico). Creanme, no es que yo no quiera.

Finalmente creí haber descubierto el hilo negro: clases de español y ¡gratis! Ingenuamente pensé “han de ser puras mamás latinas como yo que quieren que su hijo practique el español para que no le digan que habla con acento de gringo” y allá vamos. ¡Oh gravísimo error! debí haber tomado como señal para salir corriendo cuando oí a una señora que decía “I am here because my son has picked up some words from “Diego and Dora” and I thought he may enjoy learning Spanish”. De ahí en adelante todo fue de bajada: a la tercera vez que repitieron “ca-bei-za, o-jous, pe-lou” mi hijo de cinco años que sabe términos de astronomía y robótica (no es que mi hijo sea genio, es que con tal de ver más tele acepta ver el Discovery Channel con su papá), perdió la paciencia y se dedicó a empujar a todos y a gritar “what the heck!”. No lo culpo, eso mismo pensaba yo mientras cantaba “cucú cucú cantaba la rana”. Needless to say, no volveremos más a la clase de español.

Me llevó todo este tiempo darme cuanta de que en realidad las clases extraacadémicas no las escogen las mamás porque quieren que sus hijos sean un paquete de talentos – díganmelo a mi que después de tanta clase ni sé jugar tenis, ni sé tocar las castañuelas y mis únicas habilidades telepáticas son con mi esposo cuando los dos pensamos al mismo tiempo en ordenar una pizza.
No, que no los engañen, todas las clases a las que las mamás inscribimos a los hijos es con el único fin de  poder tomar un respiro, aunque sea en el gélido campo de fútbol los sábados en la mañana. Si por nosotras fuera lo mismo da que el niño aprenda macramé o esgrima.

Así que, de ahora en adelante a las únicas clases a las que iremos son a las de spinning, yoga y pilates de mamá aprovechando que el gimnasio tiene guardería. Tal vez debería sentirme mal, pero no, porque mi hijo es feliz ahí jugando con cosas que jamás tendrá en su casa; como un piano de cola a su tamaño, rosa y con banquito para sentarse. Y yo soy una mamá más feliz y eventualmente, si todo sale bien, con mejor cuerpo.




* SPD Sensory Processing Disorder, ver post ADD, SPD, ¿WTF?
** Sucker, ingenuo, fácil de engañar no aplica a las admirables madres que han conquistado el mundo de las clases, aplica para su servidora.