Por alguna razón tengo la idea de que toda madre tiene en su cocina un calendario, ahí las súper mamás anotan los recitales de piano, juntas de padres de familia, fiestas de cumpleaños, etc. Hay días buenos en los que las mamás miramos el calendario con ilusión anticipando los días de fiesta y los partidos de soccer y días no tan buenos en que una quisiera dejarlo todo e irse al Caribe o a dondequiera que sea la foto que tenga dicho calendario.

Friday 2 December 2011

ADD, SPD... ¿WTF?

El mejor amigo de mi hijo es como chinche con espuelas y cuando se juntan los dos son dinamita. Encima, el papá de este niño insiste en reunirlos y no sólo eso sino que le vienen a la cabeza planes que hacen de cualquier niño hiperactivo una bomba.

Recientemente me sugirió que los lleváramos a Science World un viernes de asueto y lluvioso (lo que en Vancouver significa lugar a reventar). Su idea no me pareció nada buena, la última vez que llevé a mi hijo a Science World, fue tal la sobrecarga de estímulos que acabamos en pataleta los dos y estoy segura de que fuimos el entretenimiento de la tarde de las cámaras de seguridad.
Le expliqué a tan amable caballero que mi hijo tiene SPD*. No es que vaya yo por la vida etiquetándolo pero me pareció atinado mencionarlo porque ya van varias invitaciones a este tipo de lugares y había que aclarar de una vez por todas que no son una buena combinación con el carácter de mi hijo. El Sensory Processing Disorder consiste básicamente en que el cerebro no identifica y clasifica los estímulos sensoriales que recibe el niño de igual manera que lo hace el cerebro del resto de la gente, sino que cataloga la mayoría de los estímulos recibidos con la misma importancia y con mucha intensidad. Por ejemplo, la etiqueta de la camisa, una gota de sudor o la costura del calcetín las recibe con la misma intensidad que a una abeja posándose en el brazo (lo cual genera ansiedad) y no solo eso sino que el cerebro no descarta esas cosas como intrascendentes y sigue percibiéndolas intensamente durante un tiempo largo. Es por esto que lugares con mucha gente, mucho ruido, luces brillantes (que de por si sobreexcitan a cualquier niño) son una bomba de estímulos. El caso es que le expliqué a dicho señor que la doctora nos había recomendado buscar actividades más tranquilas y con menos estímulos y que con gusto invitaba yo a los niños a jugar cochecitos en la casa. A lo que el susodicho respondió “It is good to know they found a fancy name for D’s personality” (ustedes perdonarán que lo escriba en inglés pero no creo que haya un termino en español tan chocante como “fancy name”).
¿“Fancy name”? ¿Quien se cree que es el tipejo? El no es quien tiene que ponerle los calcetines todos los días ni peinarlo sin agua ni descoser las etiquetas de la ropa.
Confieso que yo también la primera vez que escuche del dichoso SPD pensé “estos gringos ya no saben ni que inventar, ADD, SPD… ¿WTF?”. Mi abuela diría “en mis tiempos esto se quitaba con dos chanclazos” − by the way, esto se descubrió hasta 1967 o sea que si, en tiempos de mi abuela esto se quitaba a chanclazos.
Yo era de las que pensaba que el Attention Deficit Disorder era un invento de las maestras flojas para medicar a alumnos inquietos. Sigo dudando que la solución sea el Ritalin, pero ahora creo que hay seriedad detrás de estos estudios y estos diagnósticos, que es cierto que hay cerebros que trabajan de manera diferente y que lo que a simple vista es un horrible berrinche (y creanme son horribles) o un niño "problemático" puede ser algo un poquito más complejo y que requiere de un poco más de paciencia. ¿Que no siempre la tengo? No, más bien casi nunca, no es fácil ser paciente y convencerme de que lo que él siente es real y que no nos está tomando la medida. Pero me siento muy afortunada de que sea un niño completamente sano, todo fuera como un simple desorden sensorial, un fancy name.

*Sensory Processing Disorder

Monday 31 October 2011

De como la mamá Grinch sobrevivió Halloween

Hasta ahora había estado muy tranquila con eso de que en Canadá las escuelas no acostumbren a hacer bailables del día de la primavera, del día de las madres o de lo que se les ocurra. No sé qué me parece más horrible, si la palabra “bailable” o el hecho de que las pobres mamás tengan que pasarse días cosiendo o buscando el disfraz de pollo para sus angelitos. 


Supongo que todo se recompensa al final cuando el escuincle sale dos minutos en el escenario y podemos tomarle una foto confundido entre otros veinticinco niños. Pero yo, que no sé ni pegar un botón y que soy madre grinch, hubiera sufrido enormemente con estas ociosidades. Todo iba muy bien en mi país del norte donde la diversidad de culturas invita a que cada quien festeje lo que quiera como quiera y si quiere. Pero no contaba yo con Halloween, fiesta que aparentemente no perdona cultura ni edad y arrasa masivamente con  la sociedad empujándola a invertir considerables sumas de dinero en los disfraces de niños, adultos, mascotas y por si fuera poco, la casa. Por cierto, no deja de sorprenderme que en las tiendas la sección de disfraces para niños es 1/3 del tamaño que la secciónde adultos, además la variedad es imperdonable: slutty nurse, slutty cheerleader, slutty cat, slutty pumpkin...you name it.

Creí que la había librado los años anteriores disfrazando a mi hijo de pirata: pirata bueno, pirata malo y pirata con SPD* que se negó a usar sombrero, parche y arete y más bien parecía un niño de camisa negra. Pero este año aparentemente le dio ilusión él escoger su propio disfraz para Halloween:

  - Mamá, ¿me compras un disfraz de monstruo?
  - No – dije yo – ya tienes el de pirata.
  - Pero quiero ir de monstruo.
  - No tengo dinero – insistí, odio el comercialismo de Halloween y me niego a gastar $37 dólares en un disfraz.
   - Bueno, tengo una idea, ¿por que no te pones en la calle con una guitarrita a cantar y que la gente te de propina y así tienes dinero para mi disfraz de monstruo?

No hace falta decir que cedí ante semejante argumento y al día siguiente (30 de octubre) le prometí que iríamos a comprar su disfraz de Halloween. Después de todo, si voy a comerme la mitad de sus dulces, es justo comprarle un disfraz decente.

Cuando llegamos a la tienda solo quedaba la mitad de un traje de robot talla 6 meses y una señora se estaba llevando (sospechosamente metiendo en la  pañalera) el último disfraz talla 2, que de todas maneras no nos servía de nada. Le pregunté al vendedor si le quedaba algún otro disfraz por ahí. Lanzándome una de esas miradas que parecen decir “mala madre”, de esas que me echa la gente en los aviones y en las colas del súper, me dijo “los disfraces de Halloween nos llegan en Agosto, para mediados de Septiembre ya todo el mundo compró el de sus hijos” o sea “a ver si te pones trucha para el año que viene…mala madre”. Y aunque mi niño ya venía un tanto aleccionado sobre el consumismo (ya sabe decir en el súper “¡Que barbaridad! Ya sacaron lo de navidad y estamos en octubre”) me partió el corazón su carita de decepción. Sobre todo porque estaba convencido de que se había tardado demasiado en ponerse zapatos y por eso ya no quedaba nada.

Con la promesa de buscar en otra tienda decidí comprar unos calcetines para el bebé. Llegamos a las cajas registradoras y cual sería nuestra sorpresa al encontrar que alguien acababa de regresar un disfraz de dragón – una talla más chica de lo que necesitábamos, pero no importó porque gracias al SPD a mi niño le gustan las cosas apretadas. Me dieron ganas de correr a restregárselo al vendedor en la cara “Andile güey ¡y con 75% de descuento!”

Mi niño fue el más feliz, se puso su disfraz todo el día para un “test drive” y quiso hablarle por Skype a toda la parentela para enseñarles su disfraz nuevo. No lo pude convencer de que mintiera diciendo que su mamá hacendosa se lo había hecho, pero orgullosamente les contó a todos de nuestra ganga y eso es suficiente para mi.

*Sensory Processing Disorder, ver post “Lo heredado no se hurta”.

Apéndice 
Este post fue escrito en 2011. Desde entonces han sucedido algunas cosas:


 - 1 de Noviembre 2011 - Me sentí tan mal que corrí a comprar un disfraz de monstruo (al 90% de descuento, gracias "after Halloween sale") lo compré talla 10 para que durara varios años.


Halloween 2012 - Tuvimos disfraz de monstruo pero fue la peor tormenta en la historia de Vancouver y a niño #2 le dio asma. Pedimos Halloween en los pasillos del edificio. Saldo: dos dulces y un puñado de Fritos (WTF?). Ya fuimos a terapia, gracias.


- Halloween 2013 - Niño #1 fue (finalmente) disfrazado de monstruo y fue un hitazo. Niño #2 fue disfrazado de tigre (disfraz que mamá pagó "full price" y valió cada penny porque se veía her-mo-so).


- Halloween 2014 - Niño #1 perdió interés en el disfraz de monstruo y ahora va a ir de Jedi. Nos complace notificarles que Niño #1 ha aprendido a dominar el SPD y ahora no se tarda nada en ponerse zapatos (a menos que esté decidiendo a propósito hacerse wey). Aun le incomodan algunas cosas, por lo que el Jedi irá sin cinturón. Veremos. Niño #2 quiere ir de "plato de cerámica", estamos negociando de pirata, monstruo o dragón. Su contraoferta es de tigre como el año pasado y mamá está de acuerdo porque pagó "full price" y valió cada penny porque se veía her-mo-so.


Halloween 2015 Niño #1 ha superado el SPD y se ha aficionado a la lectura. Va disfrazado de Harry Potter y mamá no cabe en si del orgullo. Niño #2 ha declarado que odia los disfraces, se le ha entregado la estafeta de Grinch.









Monday 26 September 2011

No leí el libro, vi la historieta

En mis épocas de estudiante, nerd que era yo, me chocaban las compañeras que cinco minutos antes de la clase de literatura llegaran diciendo “no leí nada, cuéntame de que se trata el libro”. ¿Cómo esperaban que en cinco minutos resumiera 200 páginas? Años más tarde, cuando di clases de Análisis Literario menos podía tolerar que los alumnos me dijeran “no maestra, no leí el libro, pero vi la película”, con ganas de reprobarlos. Y sin embargo hoy qué más quisiera que tener una versión condensada o una película que resuma el altero de libros de cómo ser mejores padres que está en mi buró.

Desde niña he sido una ávida lectora y encuentro una calma especial al leer, además de que me apasiona transportarme a otro lugar y perderme entre las calles de Macondo o en Diagon Alley pero últimamente en mi buró sólo hay libros para aprender el complicado oficio de ser madre, y el último libro de Laura Restrepo – todavía envuelto en plástico –  se encuentra sepultado bajo Simplicity Parenting, El Hijo Tirano (qué título tan aterrador si me permiten decirlo), Toddler Tamming y Setting Limits for your Strong-Willed Child. Libros que he comprado recientemente o que me han regalado, y que agradezco profundamente, pero ¿qué fue de los días en que me regalaban el último libro de García Márquez?

Sin duda alguna, un libro serio sobre como ser mejor padres es muy útil (y recalco serio porque ¡hay cada cosa!) porque a veces no es hasta que lo vemos en blanco y negro que entendemos mejor a nuestros hijos y nuestra relación con ellos. Y aunque la teoría de estos libros por lo general es muy buena, a veces no es fácil ponerla en práctica, ya sea porque se necesita ser un absoluto Zen master para recordar tener paciencia e implementar todas las técnicas en los momentos de caos, o porque simplemente no nos acomoda el método prescrito. Recientemente leí un texto de una madre a quien le había funcionado apaciguar los berrinches de su hijo amamantándolo. Yo estoy en pro de la leche materna y chido por ella, pero la idea de perseguir a mi hijo de cuatro años con la bubu al aire por el parque, el supermercado y en cualquier lugar en que acostumbra hacer berrinche, realmente no es lo mío.

Después de mucho buscar finalmente encontré una versión condensada de todo lo que necesito saber para ser una mejor madre. Esta historieta de Valeria Gallo – excelente madre y una de mis ilustradoras favoritas – resume todo lo que debemos de saber sobre un niño y como tratarlo. Es algo muy simple pero muy cierto y desde ahora se encuentra pegado en la puerta de mi refrigerador.


* Gracias infinitas a Valeria por haber creado esta historieta y por habermela prestado; y a todos los que me han regalado libros - de cualquier tipo - a lo largo de mi vida.

Sunday 28 August 2011

Lo heredado no se hurta

Recientemente diagnosticaron a mi hijo con algo así como Sensory Processing Disorder. Primero pensé “estos gringos, ya no saben ni que inventar”, en México esto se conocería como ser mañoso y punto; pero resulta que este tipo de “desorden” (y el término “desorden” me molesta un poco) es algo real y más común de lo que pensamos. Consiste en que hay ciertas cosas que el niño percibe con extrema sensibilidad y que le pueden molestar muchísimo, al punto de convertirse en un berrinche: las etiquetas en la ropa, los zapatos, ruidos fuertes, ciertas texturas o materiales y en el caso de mi hijo hasta una gota de agua lo puede hacer perder el control. Dependiendo del humor en que estemos, claro está.

Cuando la psicóloga nos preguntó si mi esposo o yo habíamos padecido esto alguna vez, mi marido contestó rápidamente “No”. Yo me tardé un poco más y empecé a pensar en sensaciones que me chocan: oír a alguien mascar chicle, oler plátano en un camión, que en una fila la persona de atrás me respire en la nuca o que en el cine la persona de al lado se siente demasiado cerca; la consistencia de las manitas de cerdo y que se me remoje el arroz con el caldo de las albóndigas. Además, cuando era chica me molestaba que las trenzas no me quedaran suficientemente apretadas.
Tímidamente alcé la mano y le respondí a la psicóloga “that would be me”. Mmmmm - pareció pensar ella - ya salió el peine. “¿Alguien más en sus familias?” volvió a preguntar. Nuevamente mi marido negó con la cabeza.
Yo pensé en mi abuelo, uno de los hombres más extraordinarios que he conocido y por lo que veo también era miembro del club de dicho disorder: no le gustaba comer tunas ni guayabas ni pepinos porque las semillitas le molestaban y no sabía si escupirlas o tragárselas y ante tal encrucijada optó por mejor no comer nada de eso. Comía el cereal sin leche para que no se le remojara y no soportaba las cosas pegajosas. Como en 1920, cuando era niño, no existía el termino “tactile disorder” optó por crear su propia palabra para definir lo que sentía al experimentar estas molestas sensaciones “achangor”,  palabra que cualquier miembro de mi familia puede definir de inmediato y la mayoría de los mortales podrán entender si pongo el ejemplo el efecto de unas uñas sobre el pizarrón.

La gente me pregunta si esto se supera. No. A mis veintitantos años el día anterior a mi boda lloré, no de emoción, no de nostalgia, sino porque las uñas de gel me incomodaban, y a la fecha lloro cada vez que me pongo pantimedias, aunque esto último es porque me siento – y parezco – embutido. Así que dudo que mi niño lo supere, pero con paciencia lo podemos entender mejor y ayudar…y con suerte algún día podrá utilizar dicho desorden como excusa para librarse de comer manitas de cerdo en casa de sus suegros.

Monday 18 July 2011

Del azúcar y otros demonios

Recientemente fuimos a una boda y mi hijo de cuatro años, sobre estimulado por la música y tanta gente, empezó a brincar en los muebles y a correr como endemoniado pellizcándole las pompas a las señoritas; escuché que alguien decía “Miren a ese niño, seguro le dan azúcar”. Sí, me tocó ser la mamá de ese niño, a la que todos voltean a ver en los aviones y en las colas del súper y sí, efectivamente le doy azúcar.

Cabe aclarar que tanto mi esposo como yo provenimos de familias donde las comidas son parte importante de nuestras vidas, son una oportunidad para compartir y para estar juntos y donde hay excelentes cocineros, y quienes no son buenos cocineros son entusiastas de la comida (o críticos de comida) y quienes no saben cocinar o son remilgosos para algunas cosas, al menos viven para un buen postre. Entre estos últimos estoy yo. Para mí el postre es uno de los placeres de la vida y puedo identificar a casi todos mis seres queridos con un postre: el fruit cake de mi esposo (receta de su abuela) es legendario, mi mamá pasa seis horas en la cocina cada navidad removiendo el dulce de leche y almendra que hacía su bisabuela, mi suegra hace las mejores peras almendradas del mundo, uno de los recuerdos favoritos que guardo de mi abuelo es verlo caminando en el jardín y mordiendo tabletas de chocolate Morelia; y mi papá cree que postre es una cucharada de helado al despertar de la siesta, pero igual lo queremos.

Es sentido común que a los niños no hay que darles azúcar y menos a los de naturaleza inquieta como el mío, por eso en esta casa no hay ni Fruti Lupis, ni Gansitos y mucho menos Nutella – aunque esto es porque yo me la podría acabar a cucharadas y no se trata de ponerse como marrano. Pero creo firmemente en compartir momentos con él y si estos momentos van acompañados de algo dulce, ¡que mejor! pues no es lo mismo platicar frente a un plato de tofu. No es fácil convivir con mi niño y no tengo mucha imaginación para jugar a espadas láser y camioncitos, pero si algo me llevo de su infancia son los paseos que hemos dado comiendo un croissant, las tardes que nos hemos sentado a comer un helado “tu compate tu popio, mamá po’ que no te voy a compatir”. Si hay mamás que les dan a sus hijos Quick de fresa frente a la tele, ¿por que no voy yo a hacer del postre una actividad que disfrutemos los dos?

El otro día hice chocolate caliente a la mexicana, batiéndolo con molinillo y todo, lo serví en dos tacitas de porcelana, me senté con él y le dije “En México se toma así, y luego se platica”. El cogió su tacita y dando el primer trago me dijo “¿Y cómo está la familia?”.

Wednesday 1 June 2011

El gas de la risa

Hace varios años, antes de que tuviera hijos, estábamos cenando en casa de unos amigos y los niños corrían ruidosamente alrededor de la mesa de las botanas blandiendo espadas láser en nuestras narices. Con tanto escándalo yo quería salir corriendo de ahí y por más tequilas que me servía* no me podía tranquilizar pero las mamás de dichos niños no parecían inmutarse y podían perfectamente seguir el hilo de la conversación sin importarles los espadazos. Viendo mi cara de agobio me confesaron su secreto – que nada tenía que ver con la cantidad de alcohol ingerido – “cuando eres mamá llega un momento en que ya no los oyes, te acostumbras y puedes bloquear el ruido sin ningún trabajo” dijeron entre cacahuate y cacahuate de lo más tranquilas.
Mi cara se iluminó con esperanza, pensé que por arte de magia al momento del parto una de las tantas hormonas que se liberaban era la de la capacidad de bloquear el ruido, incluyendo el ruido que hace la gente al mascar chicle.

Llegó el momento en que nació mi hijo mayor y nada, pasaron cuatro años y esa habilidad de no oír a un niño brincando en el sillón y gritando “¡blast off!” no ha aparecido. Me he puesto seriamente a pensar si me habrá faltado algo al momento de parir, bien sé que por experiencias no paré, hubo todo tipo de horrores y perdí el estilo con gran singularidad (despreocúpense, no se los contaré aquí) y sin embargo no adquirí esa habilidad de bloquear el ruido, que pensé venía con el paquete de la maternidad.

Finalmente caí en la cuenta de que no es algo que me faltó sino algo que me sobró. Tengo la ligera sospecha que usé demasiado gas de la risa durante el parto. Antes de que llamen al DIF (porque los Señores de Protección al Menor ya lo saben) déjenme explicar que esto es legal y práctica común en Canadá y hasta les doy el nombre científico de dicho gas: Nitrous Oxide, el cual está médicamente aprobado porque aparentemente reduce el dolor de las contracciones – quien aprobó esto seguramente es un hombre y no sabe que de cierto esto no tiene nada. El caso es que haciéndome la muy brava no pedí epidural sino gas de la risa en cantidades industriales lo cual me puso una de nevero y acabé gritando “Neruda Rocks” entre contracción y contracción e incluso quise convencer a mi marido de que nos lleváramos el tanque del gas a la casa. Ojalá nos lo hubiéramos traído, así sería un poco más fácil soportar a Dora La Exploradora los domingos a las 7 de la mañana, pero qué se le va  hacer.


*Señores de Servicios de Protección al Menor: esto es una expresión coloquial, en esta familia no sabemos qué es el alcohol

Friday 20 May 2011

Ew

El otro día peiné a mi hijo con saliva*. Ya está, ¡lo confesé! I’m out and I’m proud.
Y es que mi niño, entre otras tantas aversiones, ha desarrollado aversión a que lo peine con agua, así que cuando no se da cuenta…lamida de mano y ¡listo! gallo aplacado. Ya sé lo que están pensando “¡Ew! pobre niño” pero cuando se tiene un hijo con obsesiones como el mío hay que buscar recursos extremos. No creo que a él le importe porque definitivamente no le da asco lamer el botón del elevador que quien sabe cuanta gente ha tocado y con que manos, o pegar la boca al bebedero donde hay gente que escupe (lo sé de buena fe porque arriba hay un letrero que dice “no escupir” en cinco idiomas).

Además, ¿qué es un poquito de saliva materna contra las asquerosidades que aguantamos las madres? Y no es que una lleve la cuenta, pero a la fecha yo no he vuelto a comer salsa verde desde un día que cuando él era bebé tuvo una diarrea legendaria y tuve que recoger muestras con una mini cucharita para llevar al laboratorio ¡Ew!

*Señores de Servicios de Protección al Menor: mi boca está en óptimas condiciones de higiene, tengo todas mis vacunas al día y como buena madre no tengo inconveniente en limpiar cacas y vomitadas o sacarle mocos con el dedo.

Tuesday 17 May 2011

U2 vs La Patita

Este blog está dedicado a mamás fuera de lo "normal" como mi amiga Laurita quien llevó a su hija al concierto de U2. Mientras caminaban al concierto, la niña (quien ha de tener unos 9 años) le dijo “mami te amo aunque creo que no eres una mamá normal, las mamás de mis amigos dicen que no se lleva a los niños a U2 pero tu si me llevas, por eso te amo”, no hace falta decir que se nos hizo nudo en la garganta cuando nos lo contó.
Y es que ¿quien nos dicta qué es lo “normal” y que no? Claro que hay que usar el sentido común y hay cosas que definitivamente no son aptas para niños, ni aunque estemos listos a responder a todas sus preguntas. Pero la buena música no se le niega a nadie, ¿quien nos dice que las canciones de Cri Cri son mejores que las de U2? Permítanme pero La Patita ¡es una tragicomedia mexicana! Que desgracia eso de que el pato es un bueno para nada y no le da dinero a la pata y los pobres patitos no tienen ni para comer y ya no tienen zapatitos. ¿Qué no es mejor cantar “It's a beautiful day, don't let it get away” o que la niña haya escuchado el mensaje de paz que mandó Bono durante "Pride"?, aunque esa es harina de otro costal porque este blog no es un foro político (pero ¡Bravo Bono!). Claro que La Patita se compuso hace 50 años y desde entonces el concepto de lo que se les canta a los niños ha cambiado un poco pero como sea a mí las tonadas y voces tipludas y sonsas de las canciones para niños me sacan ronchas.

Y no es que yo quiera robarles la infancia convirtiéndolos en adultos chicos pero qué mejor que oigan algo que es agradable para los adultos también. A los niños les gusta igual – siempre y cuando no sea algo muy estruendoso o heavy – y mejor que oigan canciones más entretenidas para quien va manejando y aguantando la misma canción veinte veces. A mi hijo en particular le gusta la de los bomberos ratones que empieza con una sirena real de camión de bomberos y a mi se me crispan los pelos y me pongo nerviosa cada vez que la oigo.

Así es que voto por más U2 y menos payasos Trepsis, más papás y mamás “anormales” por favor.

Monday 16 May 2011

De dónde salió este título

Este blog no tiene nada que ver con artes culinarias. Quienes me conocen saben que no tengo permitido meterme a la cocina, no sólo por lo mal que cocino sino porque no sé donde están las cosas. El título “El Calendario de la Cocina” viene de alguna de las siguientes razones:

Desde que tengo uso  de razón  cada navidad mi abuela le ha regalado a todas las casadas de la familia un calendario de tela para colgar en la cocina. En mi caso entré a la lista de dicho regalo desde los 22 años, cuando según ella entré a la “edad casadera”, por lo que he recibido varios. Hoy en día mi abuela ya no hace esos regalos – afortunadamente porque es un peligro que a los 91 años recorra toda la Ciudad de México buscando calendarios de tela – pero por alguna razón se sembró en mi mente la idea de que toda esposa y madre tiene en su cocina un calendario. A esta imagen familiar se suma la imagen que vemos en las películas donde las soccer moms tienen en su cocina un calendario donde anotan los recitales de piano, partidos de soccer, juntas de padres de familia, fiestas de cumpleaños, etcétera.

Quizás escogí este título en honor a un cuento que escribí hace tiempo cuyo personaje abrumada por el marido y los hijos contempla largamente el calendario de su cocina donde una foto del Caribe parece decirle “ven, ven, deja todo y vente”.

O quizás este título hace referencia al calendario que tiene mi hijo y que probablemente muchos niños tienen, donde cada día que se porta bien pegamos una estampita y cuando junta varias vamos por un premio a la juguetería. O simplemente soy malísima para encontrar títulos y este fue el primero que se me ocurrió.

Y es que finalmente de eso se trata este blog, de las aventuras y desventuras de ser madre. Hay días en los que soy una absoluta soccer mom y miro el calendario con ilusión anticipando las fiestas infantiles y las juntas de padres de familia; y días que no tanto y que huir al Caribe suena una opción viable*. Hay días que merecemos estampita y días que no, pero siempre nos queda el día siguiente para volver a empezar a contar.


*Advertencia. Señores de Servicios de Protección al Menor: esta es meramente una expresión. El calendario en mi cocina tiene la foto de nuestra agente de bienes raices con la cual no tengo intenciones de huir. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

Tuesday 10 May 2011

De quien escribe

Cuando me gradué de la universidad emprendí el viaje a Los Ángeles, California, con el firme propósito de trabajar en la industria del cine. Mientras escalaba la escalera de egos de ese mundo – pasando de ser barredora de set a productora de videos musicales de bandas texmex – mi actitud se estancó en uno de esos escalones de productora hollywoodesca y desde ahí vi para abajo a las mujeres que en vez de career woman se convirtieron únicamente en madres. Si, digo únicamente porque – en ese entonces y visto desde el bacón de la sabiduría – para mí ser madre era sólo un trabajo de medio tiempo, ¿qué diantre hacían esas mujeres con el resto del tiempo que les dejaba ser madres? ¿Por qué no hacían algo más como, no se por ejemplo, ser productoras de cine?

Exactamente diez años después de haberme graduado me convertí en mamá y mi actitud vino – como dicen en inglés – a morderme el culo.

Ser mamá (Susanita como me dicen ahora mis amigas, en honor a el personaje de Mafalda) es lo mejor que me ha pasado, pero ahora me doy cuenta de que aquella idea de que quienes “sólo” son mamás tienen el resto del día para limarse las uñas, es totalmente errónea – escribo sin haberme bañado porque Tomás está en una etapa en que no le gusta perderme de vista ni un momento. Si bien el más divertido y gratificante, ser mamá es uno de los trabajos más difíciles que he tenido y cada día es una lucha por ser una buena madre y no morir en el intento.

El por qué del blog

Supuse que mis amigos facebookeros estaban ya hartos de leerme hablar maravillas (o pestes) de mis retoños además de que continuamente tenía que editar mis posts por aquello del límite de palabras así que decidí abrir un blog para poder explayarme y que lo lea quien quiera y así nadie se fastidia ni me borra del Facebook.

La intención de este blog no es llorar sobre el hombro de nadie, ni recibir consejo (aunque a veces lo pida a gritos), en ese departamento ya tenemos a varias tías abuelas y no se trata de dejarlas sin chamba. La única intención es escribir mis amores y desamores con la maternidad, es un homenaje a las madres (prometo no ponerme muy cursi) y está dedicado a todas ellas que como yo se sorprenden todos los días de como la van librando. Y bueno, además porque le he dicho a Diego que soy escritora y si algo he aprendido de la maternidad es que hay que cumplir lo que se dice.

El que haya lanzado este blog el día de las madres no tiene nada de simbólico, es simplemente el día en que Tomás tiene a bien acompañarme en su sillita junto a la computadora y puedo finalmente sentarme a escribir. El por qué del título ya lo contaré en otra ocasión.