Recientemente fuimos a una boda y mi hijo de cuatro años, sobre estimulado por la música y tanta gente, empezó a brincar en los muebles y a correr como endemoniado pellizcándole las pompas a las señoritas; escuché que alguien decía “Miren a ese niño, seguro le dan azúcar”. Sí, me tocó ser la mamá de ese niño, a la que todos voltean a ver en los aviones y en las colas del súper y sí, efectivamente le doy azúcar.
Cabe aclarar que tanto mi esposo como yo provenimos de familias donde las comidas son parte importante de nuestras vidas, son una oportunidad para compartir y para estar juntos y donde hay excelentes cocineros, y quienes no son buenos cocineros son entusiastas de la comida (o críticos de comida) y quienes no saben cocinar o son remilgosos para algunas cosas, al menos viven para un buen postre. Entre estos últimos estoy yo. Para mí el postre es uno de los placeres de la vida y puedo identificar a casi todos mis seres queridos con un postre: el fruit cake de mi esposo (receta de su abuela) es legendario, mi mamá pasa seis horas en la cocina cada navidad removiendo el dulce de leche y almendra que hacía su bisabuela, mi suegra hace las mejores peras almendradas del mundo, uno de los recuerdos favoritos que guardo de mi abuelo es verlo caminando en el jardín y mordiendo tabletas de chocolate Morelia; y mi papá cree que postre es una cucharada de helado al despertar de la siesta, pero igual lo queremos.
Es sentido común que a los niños no hay que darles azúcar y menos a los de naturaleza inquieta como el mío, por eso en esta casa no hay ni Fruti Lupis, ni Gansitos y mucho menos Nutella – aunque esto es porque yo me la podría acabar a cucharadas y no se trata de ponerse como marrano. Pero creo firmemente en compartir momentos con él y si estos momentos van acompañados de algo dulce, ¡que mejor! pues no es lo mismo platicar frente a un plato de tofu. No es fácil convivir con mi niño y no tengo mucha imaginación para jugar a espadas láser y camioncitos, pero si algo me llevo de su infancia son los paseos que hemos dado comiendo un croissant, las tardes que nos hemos sentado a comer un helado “tu compate tu popio, mamá po’ que no te voy a compatir”. Si hay mamás que les dan a sus hijos Quick de fresa frente a la tele, ¿por que no voy yo a hacer del postre una actividad que disfrutemos los dos?
El otro día hice chocolate caliente a la mexicana, batiéndolo con molinillo y todo, lo serví en dos tacitas de porcelana, me senté con él y le dije “En México se toma así, y luego se platica”. El cogió su tacita y dando el primer trago me dijo “¿Y cómo está la familia?”.