Por alguna razón tengo la idea de que toda madre tiene en su cocina un calendario, ahí las súper mamás anotan los recitales de piano, juntas de padres de familia, fiestas de cumpleaños, etc. Hay días buenos en los que las mamás miramos el calendario con ilusión anticipando los días de fiesta y los partidos de soccer y días no tan buenos en que una quisiera dejarlo todo e irse al Caribe o a dondequiera que sea la foto que tenga dicho calendario.

Monday 18 July 2011

Del azúcar y otros demonios

Recientemente fuimos a una boda y mi hijo de cuatro años, sobre estimulado por la música y tanta gente, empezó a brincar en los muebles y a correr como endemoniado pellizcándole las pompas a las señoritas; escuché que alguien decía “Miren a ese niño, seguro le dan azúcar”. Sí, me tocó ser la mamá de ese niño, a la que todos voltean a ver en los aviones y en las colas del súper y sí, efectivamente le doy azúcar.

Cabe aclarar que tanto mi esposo como yo provenimos de familias donde las comidas son parte importante de nuestras vidas, son una oportunidad para compartir y para estar juntos y donde hay excelentes cocineros, y quienes no son buenos cocineros son entusiastas de la comida (o críticos de comida) y quienes no saben cocinar o son remilgosos para algunas cosas, al menos viven para un buen postre. Entre estos últimos estoy yo. Para mí el postre es uno de los placeres de la vida y puedo identificar a casi todos mis seres queridos con un postre: el fruit cake de mi esposo (receta de su abuela) es legendario, mi mamá pasa seis horas en la cocina cada navidad removiendo el dulce de leche y almendra que hacía su bisabuela, mi suegra hace las mejores peras almendradas del mundo, uno de los recuerdos favoritos que guardo de mi abuelo es verlo caminando en el jardín y mordiendo tabletas de chocolate Morelia; y mi papá cree que postre es una cucharada de helado al despertar de la siesta, pero igual lo queremos.

Es sentido común que a los niños no hay que darles azúcar y menos a los de naturaleza inquieta como el mío, por eso en esta casa no hay ni Fruti Lupis, ni Gansitos y mucho menos Nutella – aunque esto es porque yo me la podría acabar a cucharadas y no se trata de ponerse como marrano. Pero creo firmemente en compartir momentos con él y si estos momentos van acompañados de algo dulce, ¡que mejor! pues no es lo mismo platicar frente a un plato de tofu. No es fácil convivir con mi niño y no tengo mucha imaginación para jugar a espadas láser y camioncitos, pero si algo me llevo de su infancia son los paseos que hemos dado comiendo un croissant, las tardes que nos hemos sentado a comer un helado “tu compate tu popio, mamá po’ que no te voy a compatir”. Si hay mamás que les dan a sus hijos Quick de fresa frente a la tele, ¿por que no voy yo a hacer del postre una actividad que disfrutemos los dos?

El otro día hice chocolate caliente a la mexicana, batiéndolo con molinillo y todo, lo serví en dos tacitas de porcelana, me senté con él y le dije “En México se toma así, y luego se platica”. El cogió su tacita y dando el primer trago me dijo “¿Y cómo está la familia?”.

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