Por alguna razón tengo la idea de que toda madre tiene en su cocina un calendario, ahí las súper mamás anotan los recitales de piano, juntas de padres de familia, fiestas de cumpleaños, etc. Hay días buenos en los que las mamás miramos el calendario con ilusión anticipando los días de fiesta y los partidos de soccer y días no tan buenos en que una quisiera dejarlo todo e irse al Caribe o a dondequiera que sea la foto que tenga dicho calendario.

Monday 13 February 2012

De cómo la mamá grinch se convirtió en mamá Stewart

Yo no sería una persona grinch respetable si no me repudiara el día de San Valentín. Y esta aversión no tiene nada que ver con el hecho de que un 14 de febrero hace muchos años un novio de la prepa intentó entregarme un rosa en plena clase de química y el profesor lo corrió del salón diciendo “sálgase y no regrese hasta el Día de la Batalla de Puebla”.

No, esta aversión tiene que ver con mi repulsión hacia el comercialismo, con el hecho de que al día siguiente de navidad las tiendas ya están llenas de corazones y peluches rosas, que de por sí me parecen cursis. Así que imagínense mi descontento cuando del kinder de mi hijo mandaron una circular con  la  lista de los nombres de todos los niños del salón para los “valentines”. Aparentemente si quieren los niños pueden llevar una tarjeta de San Valentín para sus compañeritos.

Me armé de valor para ir a una de esas tiendas de todo por 99 centavos, pero tarjetitas de rosas con rocío y letras doradas no es lo mío. La siguiente parada fue la tienda de manualidades. Ahí encontré unas con los personajes de Disney ¡a mitad de precio! Cogí un paquete para niñas y uno para niños (cada una con 32 tarjetas que de paso nos alcanza para el año que entra) y ¡listo! Estaba por pagar cuando me detuve. Siempre me ha chocado lo que yo llamo monismo; me marea que vendan la pijama, la playera, el platito, el cepillo de dientes, el shampoo y hasta galletas con monos de televisión o películas; o sea para enganchar al niño péguenle un mono al producto, un día de estos van a sacar brócolis con la figura de Buzz Lightyear, lo cual no sería mala idea. Antes de tener a mis hijos me prometí – entre muchas otras promesas de madre que ya he roto – no caer en el monismo, así que dejé las tarjetas en su lugar.

Seducida por el ambiente Martha Stewart de la tienda – siempre que voy a esas tiendas me dan ganas de aprender macramé y repujado– decidí que para apegarme a mis principios de cero monismo era importante no comprar dichas tarjetitas y hacerlas nosotros mismo para de paso pasar tiempo de calidad haciendo algo juntos. Oh, mala idea.

Todo el día siguiente se convirtió en “si no te portas bien no hacemos tus valentines”. Cuando finalmente el código de conducta fue aceptable y nos sentamos a la mesa del comedor a trabajar el bebé ya estaba cansado y era imposible atender a los dos niños al mismo tiempo, así que pasamos la mitad del tiempo peleándonos porque además mi hijo decidió que él prefería ver tele y que yo hiciera sus tarjetas. Hice una nota mental de correr al día siguiente a comprar las tarjetas de Disney.

Pero al día siguiente, ya que los tres estuvimos de mejor humor, decidimos darle otra oportunidad a hacer las tarjetas nosotros mismos y en realidad pasamos un muy buen momento y no es por nada pero nos quedaron bastante bien. La carita de orgullo de mi hijo por haber escrito él solo 26 veces su nombre y el nombre de cada uno de los 26 niños del salón hizo que todo valiera la pena. Me dio ternura que a sus cinco años todavía considere cool dibujar corazones con su mamá y todavía tenga la inocencia para darles cartitas rosas a otros niños; y con eso me basta.

1 comment: