El otro día peiné a mi hijo con saliva*. Ya está, ¡lo confesé! I’m out and I’m proud.
Y es que mi niño, entre otras tantas aversiones, ha desarrollado aversión a que lo peine con agua, así que cuando no se da cuenta…lamida de mano y ¡listo! gallo aplacado. Ya sé lo que están pensando “¡Ew! pobre niño” pero cuando se tiene un hijo con obsesiones como el mío hay que buscar recursos extremos. No creo que a él le importe porque definitivamente no le da asco lamer el botón del elevador que quien sabe cuanta gente ha tocado y con que manos, o pegar la boca al bebedero donde hay gente que escupe (lo sé de buena fe porque arriba hay un letrero que dice “no escupir” en cinco idiomas).
Además, ¿qué es un poquito de saliva materna contra las asquerosidades que aguantamos las madres? Y no es que una lleve la cuenta, pero a la fecha yo no he vuelto a comer salsa verde desde un día que cuando él era bebé tuvo una diarrea legendaria y tuve que recoger muestras con una mini cucharita para llevar al laboratorio ¡Ew!
*Señores de Servicios de Protección al Menor: mi boca está en óptimas condiciones de higiene, tengo todas mis vacunas al día y como buena madre no tengo inconveniente en limpiar cacas y vomitadas o sacarle mocos con el dedo.
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